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Marxismo norteamericano (American Marxism Spanish Edition)

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About The Book

BESTSELLER #1 DEL NEW YORK TIMES

Mark R. Levin, autor seis veces bestseller #1 del New York Times, estrella de Fox News y presentador de radio, regresa para explicar cómo aquellos peligros sobre los que nos advirtió hace una década finalmente han ocurrido…y lo que se debe hacer ahora para hacerlos retroceder.

Mark R. Levin movilizó a los conservadores en 2009 con Libertad y tiranía, el cual brindó un marco filosófico, histórico y práctico para detener el ataque liberal contra los valores basados en la Constitución, que hizo su aparición durante los años de Obama. Ese libro hablaba de que estábamos parados frente al precipicio del ataque del progresismo a nuestras libertades, desde la economía hasta la atención médica, y desde el calentamiento global hasta la inmigración. Ahora, más de una década después, hemos ido más allá de ese precipicio…y estamos pagando el precio.

En Marxismo norteamericano, Levin explica cómo hoy en día los elementos centrales de la ideología marxista se han generalizado en la sociedad y la cultura estadounidenses—desde nuestras instituciones educativas, la prensa y las corporaciones hasta Hollywood, el partido Demócrata y la presidencia de Biden—y cómo a menudo se la disfraza con rótulos engañosos como “progresismo,” “socialismo democrático,” “activismo social,” y “activismo comunitario”. Con su característico análisis incisivo, Levin se sumerge en la psicología y las tácticas de estos movimientos de masas, el extendido lavado de cerebro de estudiantes, los propósitos antiestadounidenses de la Teoría Crítica de la Raza y del Green New Deal y la escalada de represión y censura para silenciar a voces opositoras e imponer la conformidad. Levin expone a un gran número de instituciones, intelectuales, académicos y activistas que lideran esta revolución, y nos brinda algunas respuestas e ideas sobre cómo confrontarlos.

Como escribe Levin: “La contrarrevolución a la Revolución norteamericana está en pleno vigor. Y ya no puede ser desestimada ni ignorada, porque está devorando a nuestra sociedad y a nuestra cultura, rondando en nuestras vidas cotidianas y omnipresente en nuestra política, en nuestras escuelas, en los medios y en la industria del entretenimiento”. Y, tal como hizo antes, Levin busca unir al pueblo estadounidense para que defienda su libertad.

Excerpt

Capítulo Uno: Ya está aquí CAPÍTULO UNO YA ESTÁ AQUÍ
La contrarrevolución a la Revolución de los Estados Unidos está en pleno vigor. Y ya no puede ser desestimada ni ignorada, porque está devorando a nuestra sociedad y a nuestra cultura, rondando en nuestras vidas cotidianas y omnipresente en nuestra política, en nuestras escuelas, en los medios y en la industria del entretenimiento. Lo que alguna vez fuera un movimiento con el que era difícil sentirse identificado, un movimiento de las periferias y subterráneo, ya está aquí; y está en todas partes. Tú, tus hijos y tus nietos ya están inmersos en él, y amenaza con destruir a la mayor nación jamás establecida, así como tu libertad, a tu familia y tu seguridad. Por supuesto, la diferencia primordial entre la contrarrevolución y la Revolución de los Estados Unidos es que la primera busca destruir a la sociedad estadounidense e imponer un gobierno autocrático, y la segunda buscó proteger a la sociedad estadounidense e instituir un gobierno representativo.

La contrarrevolución, o el movimiento al que me refiero, es el marxismo. He escrito extensamente acerca del marxismo en dos libros anteriores —Ameritopia y Americanism and the Tyranny of Progressivism [El americanismo y la tiranía del progresismo]—, y hablo del tema con regularidad en mis programas de radio y televisión. Se han escrito también incontables libros sobre el marxismo. No es mi intención agregar un extenso tratado más a los que ya existen, ni es posible tampoco dado el enfoque y las limitaciones de este libro. Pero la aplicación y adaptación de enseñanzas marxistas básicas a la sociedad y la cultura estadounidenses —lo que yo denomino marxismo norteamericano— deben ser abordadas y enfrentadas para evitar que nos sofoquen sus manifestaciones modernas. Y, no se engañen, la situación es crítica.

En los Estados Unidos, muchos marxistas se ocultan detrás de frases tales como “progresistas”, “socialdemócratas”, “activistas sociales”, “activistas comunitarios”, etc., dado que la gran mayoría de los estadounidenses siguen siendo abiertamente hostiles al nombre “marxismo”. Operan bajo un sinnúmero de nomenclaturas organizacionales o identificativas recientemente acuñadas, tales como “Black Lives Matter” (BLM), “Antifa”, “The Squad”, etc. Y sostienen que promueven la “justicia económica”, la “justicia medioambiental”, la “equidad racial”, la “equidad de género”, etc. Han inventado nuevas teorías, como la teoría crítica de la raza, y frases y terminología ligadas a, o encuadradas dentro de, un constructo marxista. Incluso más, sostienen que la “cultura dominante” y el sistema capitalista son injustos y desiguales, racistas y sexistas, colonialistas e imperialistas, materialistas y destructores del medioambiente. Por supuesto, el propósito es demoler y destrozar a la nación por miles de razones y de miles de maneras, y así desalentar y desmoralizar al público; socavar la confianza en las instituciones, tradiciones y costumbres de la nación; crear una calamidad tras otra; debilitar a la nación desde adentro; y, por último, destruir lo que conocemos como republicanismo y capitalismo estadounidenses.

Sin embargo, debe quedar claro que hay varios líderes de esta contrarrevolución que hablan abierta y descaradamente sobre quiénes son, incluidas bandas de profesores y activistas abiertamente marxistas, y tienen el apoyo de una base cuasi zombi de seguidores “woke” (o “despiertos” y conscientes ante las inequidades). Como quiera que se identifiquen y describan, las características esenciales de sus creencias, afirmaciones y políticas exhiben el dogma marxista básico. Es más, ocupan nuestras universidades, redacciones y redes sociales, salas de juntas e industria del entretenimiento, y sus ideas son prominentes dentro del Partido Demócrata, la Oficina Oval y los pasillos del Congreso. Su influencia se ve y se siente entre los más perspicaces, así como entre los más inocentes, y en la información periodística, en las películas, en programas televisivos y avisos publicitarios, en el mundo editorial, de los deportes, así como en la capacitación docente y en los planes de estudio a lo largo del sistema de educación pública estadounidense. Utilizan tácticas propagandísticas y de adoctrinamiento, y exigen conformidad y acatamiento mediante el silenciamiento de voces opositoras con tácticas represivas, tales como la “cultura de la cancelación” que destruye reputaciones y carreras; mediante la censura y la prohibición de puntos de vista mayoritariamente patrióticos y contrarios en redes sociales, entre ellos incluso los del presidente Donald Trump; y mediante el ataque a la libertad académica y al intercambio intelectual en la educación superior. De hecho, ponen la mira en todos los aspectos de la cultura: monumentos históricos (incluidos los de Abraham Lincoln, George Washington, el abolicionista Frederick Douglass y el 54.° Regimiento de Infantería Negro de la Unión), Mark Twain, William Shakespeare, el Sr. Cara de Papa, Dr. Seuss, los dibujos animados de Disney y así hasta el infinito. Se prohíben los pronombres y se reemplazan con palabras anodinas para no ofender a los cincuenta y ocho sabores de identificación de género. Se escudriñan viejas publicaciones en redes sociales para encontrar indicios tempranos de una lealtad insuficiente a la hegemonía marxista del presente. El periodismo y las columnas editoriales son desinfectados para eliminar a los infieles.

Y, sin embargo, la experiencia tanto histórica como actual muestra que el marxismo y su supuesto “paraíso de trabajadores” son los responsables de la muerte de decenas de millones de seres humanos y del empobrecimiento y la esclavitud de más de mil millones más. De hecho, Marx estaba equivocado con respecto a casi todo. La Revolución Industrial creó una clase media vasta y sin igual a la de ninguna otra época de la historia mundial, y no una armada de revolucionarios proletarios encolerizados resueltos a derrocar el sistema capitalista.

La insistencia de Marx en que lo único que crea valor es el trabajo también es incorrecta. Si fuera así, el tercer mundo no sería el tercer mundo. Sería próspero. Las jornadas de trabajo más largas no garantizan la creación de riqueza o el crecimiento. Por supuesto, el trabajo es una parte sumamente importante del valor económico y de la producción, pero sin la inversión de capitales, sin un espíritu emprendedor y sin asumir riesgos de manera sensata, sin un gerenciamiento inteligente, etc., las compañías fracasarían, como les sucede a tantas de ellas. Como diría cualquier persona de negocios, se toman muchas decisiones a la hora de manejar una empresa exitosa. Es más, no todo el trabajo es igual, es decir, hay diferentes especialidades, áreas y enfoques tanto dentro de la fuerza laboral así como aplicables a ciertas empresas, que hacen que las referencias a “el proletariado” no tengan ningún sentido.

Además, el trabajo por sí solo no determina el valor de un producto o servicio. Obviamente, contribuye. Sin embargo, los consumidores juegan el papel más importante. Crean la demanda. Y dependiendo de la demanda, las empresas y la fuerza laboral proveen la oferta. Es decir, el capitalismo cubre los deseos y las necesidades de “las masas”. Por otro lado, las ganancias no generan la explotación de los trabajadores, tal como insistía Marx. Por el contrario. Hacen que sean posibles el aumento del salario de los trabajadores, los beneficios, la seguridad y las oportunidades laborales.

El triunfo económico de los Estados Unidos tampoco fue construido sobre el imperialismo o el colonialismo. Aquellos recursos que se acusa falsamente a los Estados Unidos de haber saqueado de otros países no han hecho de por sí ricos a esos países, a pesar de ser los depósitos de dichos recursos. Los conocimientos y el ingenio estadounidenses, nacidos de la libertad y el capitalismo, son la fuente del avance y el desarrollo social y económico.

¿Cuál es, entonces, el atractivo del marxismo? El marxismo norteamericano ha adaptado el lenguaje y la seducción del utopismo sobre el que escribí extensamente en mi libro Ameritopia. Es una “tiranía disfrazada de ideología gobernante deseable, factible y hasta paradisiaca. Hay […] constructos utópicos ilimitados, dado que la mente es capaz de infinitas fantasías. Pero hay temáticas comunes. Las fantasías toman la forma de grandes planes o experimentos sociales, cuyas impracticabilidad e imposibilidad, en menor y mayor medida, llevan a la subyugación del individuo”1. En efecto, la agenda económica y cultural impulsada por el presidente Joe Biden y el Partido Demócrata provee numerosos ejemplos de cómo funcionan esta ideología y este comportamiento. Incluyen un enorme gasto deficitario, impuestos confiscatorios y la regulación de absolutamente todo, grande o pequeño —empapado de una propaganda marxista de lucha de clases—, y un montón de decretos ejecutivos que aseguran que terminarán con numerosas injusticias históricas y culturales.

Así también lo hace su demanda del control absoluto y unipartidista sobre el cuerpo político a través de varias argucias y otros medios no constitucionales, ya que el marxismo no tolera la competencia de ideas o de partidos políticos. Estos esfuerzos incluyen cambiar el sistema de votación para asegurarse el control por parte del Partido Demócrata durante décadas, lo cual busca erradicar al Partido Republicano y la competencia política; intentar eliminar la regla de tácticas dilatorias del Senado para que puedan imponerse en el país todo tipo de leyes sin una deliberación efectiva o desafío alguno; amenazar con la violación de la división de poderes y la independencia judicial, conspirando para llenar la Suprema Corte con ideólogos afines; planear agregar bancas democráticas en el Senado para asegurarse el control sobre ese cuerpo; usar decenas de miles de millones de fondos de contribuyentes para subsidiar y fortalecer partes centrales de la base del Partido Demócrata (tales como los sindicatos y los activistas políticos); y facilitar la inmigración ilegal masiva, cuyo propósito es, entre otras cosas, alterar la demografía nacional y, con el paso del tiempo, hacer crecer de manera considerable la base de votantes del Partido Demócrata. Estas acciones y designios, entre otros, son la evidencia de un movimiento autocrático, ávido de poder e ideológico, que rechaza la cortesía política y tradicional y busca aplastar de forma permanente a su oposición y emerger como el único poder político y gubernamental.

Esto último explica la verdadera motivación detrás de la guerra obsesiva e implacable contra la candidatura y presidencia de Donald Trump y sus decenas de millones de seguidores. El Partido Demócrata, alineado con sus sustitutos en los medios, el ámbito académico y el Leviatán burocrático, se confabuló para desacreditar y perjudicar la presidencia de Trump y destruirlo a nivel personal. Para ello desataron una arremetida llena de calumnias, teorías conspirativas, investigaciones criminales y congresales, destituciones e intentos de golpe inauditos en nuestra nación. El bombardeo infatigable, armonizado y feroz iba dirigido no solo al expresidente, sino también a sus seguidores y votantes. Su propósito era doblegar en cuerpo y espíritu a la oposición política y despejar el campo de obstáculos al poder y la gobernanza. De hecho, el Partido Demócrata continúa persiguiendo al ahora ciudadano privado Donald Trump, y ha obtenido acceso a sus declaraciones de impuestos a través de las oficinas de funcionarios demócratas electos, incluido el fiscal del distrito de Manhattan, un agresivo partidista.

La campaña para deslegitimar y marginalizar a la oposición política al Partido Demócrata queda incluso más en evidencia con la imprudente retórica racial de Biden al acusar a los republicanos en Georgia de instituir las leyes Jim Crow para evitar que ciudadanos negros pudieran votar, una mentira despreciable que busca irritar a minorías y volverlas en contra del Partido Republicano. A pesar de que usar a la raza como un arma no es algo nuevo para el Partido Demócrata, dado su historial —desde su apoyo a la esclavitud hasta la segregación— y la abierta y activa oposición de Biden a la integración en los comienzos de su carrera en el Senado, es estremecedor presenciar su grotesco renacer como herramienta política.

Y durante los violentos disturbios del verano pasado y esta primavera, que incluyeron saqueos, incendios y hasta asesinatos en múltiples ciudades en el transcurso de varios meses, y en cuya organización tuvieron un papel preponderante Antifa y BLM, los líderes del Partido Demócrata en su mayoría repitieron de forma mecánica la retórica y los reclamos de los grupos y manifestantes anarquistas/marxistas, incluida la amplia condena a los cuerpos policiales por ser “sistémicamente racistas”, y fueron no solo renuentes a denunciar la violencia sino que, increíblemente, declararon que los disturbios habían sido “en su mayoría pacíficos” y que su pedido de quitarle los fondos a la policía (más tarde modificado a recortar su presupuesto) era legítimo. De hecho, una cofundadora de BLM declaró en el verano de 2020 que uno de sus “objetivo[s] es sacar a Trump ahora”2. Ciudades controladas por el Partido Demócrata nombraron calles en honor al grupo. Y numerosos miembros del equipo de campaña de Biden donaron a un fondo que pagó la fianza para la liberación de aquellos que fueron arrestados y encarcelados.3 Obviamente, el Partido Demócrata y la campaña de Biden percibieron una superposición o sinergia de intereses y objetivos políticos con sus manifestantes.

El Partido Demócrata busca empoderarse violando cortafuegos constitucionales; bordeando, sino erradicando, reglas, tradiciones y costumbres; adoptando un lenguaje marxista de lucha de clases; y alineándose con ciertos grupos y causas ideológicas abiertamente marxistas, entre otras cosas. Incluso más, está utilizando los medios del gobierno para su empoderamiento y propósitos políticos. La verdad es que los intereses del Partido Demócrata se anteponen a los del país. Y la lealtad al partido es más importante que la lealtad al país. Estas son características que tiene en común con otros partidos autocráticos y comunistas alrededor del mundo.

El marxismo es especialmente seductor para los individuos que encuentran un atractivo en su constructo de lucha de clases de opresor-oprimido y lo apoyan de manera activa por varias razones. Primero, el hecho es que la gente quiere pertenecer a grupos, incluidos los grupos étnicos, raciales, religiosos y económicos. La gente encuentra identidad, comunidad, propósito y hasta autoestima en dichos vínculos. De hecho, considero que este es el más potente de los paradigmas de Marx, porque explota este atractivo instintivamente humano y psicológicamente emocional de crear adeptos y revolucionarios apasionados y hasta fanáticos. Esta es otra característica del marxismo norteamericano y del Partido Demócrata.

Y así llego a mi segundo punto. Dentro de este constructo de lucha de clases, se alienta a los adeptos al marxismo y aspirantes a seguidores a verse a ellos mismos y a los grupos con los que se identifican como los oprimidos, es decir, las víctimas. Y sus opresores habitan en la sociedad, la cultura y el sistema económico actuales, de los cuales deben liberarse los oprimidos y sus compañeros de travesía, o sea aquellas víctimas que se identifican con, o son miembros del mismo grupo. Esta es una razón primordial por la cual el marxismo enfatiza el clasismo por sobre el individualismo. El individuo es deshumanizado y no es nada a menos que se identifique con un grupo: el grupo oprimido y victimizado. Y los individuos que conforman grupos opositores o no conformistas son deshumanizados, condenados y aborrecidos colectivamente como el enemigo. De nuevo, esta es una característica del marxismo norteamericano y del Partido Demócrata.

Por supuesto, esta formulación es especialmente seductora para los malcontentos, desencantados, desafectados e insatisfechos. Para ellos, la libertad individual y el capitalismo exponen los defectos y fracasos propios, así como su dificultad y tal vez incapacidad para funcionar en una sociedad abierta. El marxismo brinda un marco teórico e institucional a través del cual pueden proyectar sus propias limitaciones y debilidades hacia “el sistema” y sus “opresores” en lugar de hacerse cargo de su situación real o percibida. De nuevo, como escribí en Ameritopia, estos individuos son “atraídos por las falsas esperanzas y promesas de una transformación utópica y por críticas a la sociedad actual, con la que tienen una conexión incierta o inexistente. Se crea una conexión entre mejorar la realidad de los insatisfechos y la causa utópica”4. Muchos dentro de esta población son susceptibles a la manipulación, en especial por parte de demagogos y propagandistas, y por el atractivo de una transformación revolucionaria.

Es importante destacar que identificarse con, o ser parte de, la clase oprimida o victimizada es una cuestión de autodeterminación y autorrealización. Es decir, no hay normas estrictas al respecto. Es más, ellos y su grupo también pueden definir e identificar qué y quiénes, según ellos, son sus opresores. Al final, Marx y sus sustitutos actuales dirigen su ira hacia la sociedad y la cultura existentes, que deben ser derrocadas para darle algún sentido a la vida y recomenzar el nuevo paraíso igualitario que han acuñado.

De este modo, aquellos en la sociedad actual que son exitosos, que están satisfechos y felices son atormentados y se convierten en el blanco porque se encuentran entre los opresores o entre los grupos de opresores, y por lo tanto apoyan y mantienen el statu quo. Es más, aquellos que sancionan a la sociedad actual, o se rehúsan a apoyar o someterse a la agenda y las demandas de los oprimidos, también son sometidos a presiones y conductas dañinas y destructivas. O eres parte de la honrada revolución por la liberación y la transformación, o estás afuera. Por lo tanto, los supuestos oprimidos se convierten en los verdaderos opresores y ejercen un considerable poder a través de la sociedad y la cultura a pesar de su limitado atractivo y sus números reducidos. Y se tornan más beligerantes, exigentes y hasta incluso violentos a medida que crece su apetito por el control y la revolución que debe ser constantemente saciado.

Esto también explica, pero solo en parte, la cobardía de corporativistas, atletas profesionales, presentadores, artistas, actores, escritores y periodistas que, de cara a semejante tumulto, sucumben ante la presión, buscan evitar el aviso de la multitud a través de varias formas de conciliación y capitulación y en algunos casos participan de su propia transfiguración y hasta destripamiento. Para otros, sus salas de juntas, sus gerencias y su fuerza laboral simpatizan y “apoyan la revolución”, poblada por las filas de estudiantes universitarios adoctrinados a nivel intelectual, en particular aquellos de la élite de universidades de la Ivy League, por los sindicatos de profesores o por el cada vez más radicalizado Partido Demócrata del que son miembros, simpatizantes y/o partidarios. Y, por supuesto, muchos corporativistas simplemente han abandonado el capitalismo y se han volcado al estatismo y a la centralización gubernamental/económica, y apoyan a agrupaciones como BLM y demás causas radicales como una manera de ganarse el favor, sino de asociarse con, autócratas políticos y burocráticos para destruir a su competencia y mejorar su posición económica.

Ted McAllister, profesor de Políticas Públicas de Pepperdine University, plantea un argumento persuasivo sobre que la clase dirigente actual, o las élites, desprecian a nuestro país. En un ensayo de 2021 titulado “Así siempre a las malas élites” escribe:

Hoy tenemos una élite muy diferente a la que tenían los Estados Unidos en los años ochenta, sin ir más lejos, en cuanto a su naturaleza, sus objetivos, sus ambiciones, su estilo y sus maneras de ejercer el poder. El hecho más profundo de nuestra era es que los Estados Unidos tienen una mala élite, una élite mentirosa cuyas habilidades, valores, gustos y tipos de conocimiento son hostiles a la herencia de las culturas y poblaciones plurales de nuestra nación. La nueva élite que ha emergido en el último par de generaciones no tiene ningún interés en preservar absolutamente nada más que, tal vez, su propio poder. Le faltan conocimientos y visión históricos, los cuales suplanta con, o intercambia por, los poderes de transformación y cambio. Intoxicada por el poder alcanzable con tecnologías emergentes, inspirada por visiones que solo una perspectiva globalista desraizada podría presentar como atractivas, esta élite piensa en la destrucción creativa según se aplica a la cultura.

Al verse como ganadores en lo que imaginan como una lucha meritocrática, no ven que valga la pena preservar nada que provenga de un mundo heredado para su propio éxito. Las peculiares características de su poder en evolución han dado a nuestra élite el alma de un arte adolescente aplicado a un lienzo global. No cuentan con ningún tipo de lastre histórico ni de experiencia que los sujete, que ralentice el rehacerlo todo según sus deseos. Para ellos, optimizar el poder es clave para la creación, y los obstáculos molestos frente a sus nuevas creaciones no son realmente controles para evitar la tiranía sino, más bien, limitaciones: fricciones innecesarias en la precipitada carrera hacia la transformación.

Para esta nueva élite, por ejemplo, el bien que ejerce la libertad de expresión se ha tornado invisible porque, para ellos, la libertad de expresión es simplemente fricción, resistencia a sus objetivos. La eliminación del discurso de odio es su objetivo, el irreprochable bien, que la apertura de la libertad de expresión previene. En media generación se deshace el trabajo de siglos y se instauran las palancas de la tiranía.5

De hecho, esto es lo mejor que puede decirse de la élite contemporánea.

Desgraciadamente, hay demasiados entre nosotros que encuentran un falso consuelo en la creencia de que en los Estados Unidos jamás podría darse una revolución con base y orientación marxista, y en que, de lo que son testigos es de uno más en un ciclo de movimientos liberales que contribuyen a la evolución de la sociedad y la cultura estadounidenses y, por lo tanto, son dignos de aprobación y de un pasivo apoyo.

Colectivamente, estos son los “idiotas útiles” de los Estados Unidos de los que dependen los marxistas, es decir, individuos y organizaciones poco serios y poco alarmados por las ominosas nubes de tiranía; e incluso peor, son participantes en su propio deceso y en el del país.

Para muchos, el marxismo tiene una manera sigilosa de acercarse. Todavía no se sienten amenazados y, al menos por ahora, no les molesta ni los afecta a nivel personal. Y también están aquellos demasiado ocupados en su trajinar diario como para darse cuenta de lo que sucede, o tal vez desestimen estas amenazas por considerarlas acontecimientos amorfos, distantes o pasajeros. Y hay otros más todavía que no pueden creer que su país pueda sucumbir a influencias marxistas y al despotismo.

El propósito de este libro es despertar a los millones de patriotas norteamericanos que aman a su país, la libertad, a la familia, para que vean la realidad de la influencia del marxismo que se extiende con rapidez a través de nuestra nación. Lo que sucede en nuestro país no es una moda temporal o un acontecimiento pasajero. El marxismo norteamericano existe, está aquí y ahora y, de hecho, se está generalizando y su multitud de movimientos híbridos, pero con frecuencia interconectados, trabajan sin cesar para destruir a nuestra sociedad y a nuestra cultura y para destruir el país tal cual lo conocemos. Muchos de los individuos y grupos que conforman este movimiento colectivamente son desconocidos a la gran mayoría de los estadounidenses, u operan de maneras que la gran mayoría de los estadounidenses desconocen. Por lo tanto, este libro está escrito para presentarte una muestra representativa de dichos individuos y grupos, algunos tal vez más familiares que otros, y para proveerte de ejemplos específicos de sus escritos, ideas y actividades para que sepas quiénes son y lo que dicen. Por supuesto, brindo mis comentarios y mi análisis a lo largo del libro. También brindo algunas reflexiones sobre acciones tácticas que podrían llevarse a cabo para ayudar a cortar de raíz el deslizamiento de la nación y revertir el curso. Aunque este es el libro más largo que he escrito, hay mucho más por decir sobre este tema. Por ello, preveo escribir un segundo volumen.

En los últimos años, el marxismo norteamericano ha progresado considerablemente en la institución de sus objetivos. Si hemos de vencerlo, y debemos hacerlo —a pesar de ser una misión abrumadora y compleja—, antes que nada se debe reconocer su existencia y debe ser catalogado según lo que es, se debe entender la urgencia del momento y debe haber un movimiento inmediato a la acción y una concentración en torno a la causa mediante el surgimiento de un frente unificado y patriota de las que antes fueran facciones y fuerzas sociales, culturales y políticas dóciles, divergentes y/o argumentadoras que compartan la creencia de que vale la pena defender a los Estados Unidos. Debemos estar a la altura del desafío, tal como lo estuvieron nuestros Padres Fundadores cuando se enfrentaron a la mayor fuerza de la tierra, el Imperio Británico, y vencieron. Hay que reconocer que, de numerosas maneras, la amenaza actual es más compleja, ya que ahora habita en la mayoría de nuestras instituciones y acecha desde adentro, lo cual hace difícil y complicado el combate. No obstante, creo fervientemente que los Estados Unidos, tal cual los conocemos, se perderán para siempre si no prevalecemos.

Cerré mi libro Libertad y tiranía, publicado hace apenas doce años, con la fatídica y profética observación del presidente Ronald Reagan que exige nuestra atención, en especial ahora dado que es más imperativo que nunca: “La libertad nunca está a más de una generación de la extinción. No se la pasamos a nuestros hijos en la sangre. Se debe luchar por ella, protegerla y entregarla para que ellos hagan lo mismo, si no un día pasaremos nuestros últimos años contándoles a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos cómo eran los Estados Unidos cuando los hombres eran libres”6.

PATRIOTAS DE NORTEAMÉRICA, ¡ÚNANSE!

About The Author

Photograph by ABC Radio Network
Mark R. Levin

Mark R. Levin, nationally syndicated talk radio host, host of LevinTV, chairman of Landmark Legal Foundation, and the host of the Fox News show Life, Liberty, & Levin, is the author of eight consecutive #1 New York Times bestsellers: Liberty and Tyranny, Ameritopia, The Liberty Amendments, Plunder and Deceit, Rediscovering Americanism, Unfreedom of the Press, and American Marxism. Liberty and Tyranny spent three months at #1 and sold more than 1.5 million copies. His books Men in Black and Rescuing Sprite were also New York Times bestsellers. Levin is an inductee of the National Radio Hall of Fame and was a top adviser to several members of President Ronald Reagan’s cabinet. He holds a BA from Temple University and a JD from Temple University Law School.

Product Details

  • Publisher: Threshold Editions (August 2, 2022)
  • Length: 352 pages
  • ISBN13: 9781668005835

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