Gabby
Una historia de valor y esperanza
By Gabrielle Giffords and Mark Kelly
With Jeffrey Zaslow
Table of Contents
About The Book
Como individuos, la congresista Gabrielle Giffords y su esposo, el astronauta Mark Kelly, demostraron a los estadounidenses cómo el optimismo, el espíritu aventurero y el llamado al servicio pueden ayudar a cambiar el mundo. Como pareja, se convirtieron en un ejemplo nacional del poder sanador que puede encontrarse en la valentía y el amor profundamente compartidos.
Su llegada al centro de atención mundial se dio en la peor de las situaciones. El 8 de enero de 2011, al reunirse con sus electores en Tucson, Arizona, Gabby fue víctima de un atentado que dejó seis muertos y trece heridos. Los médicos dijeron que era un “milagro” que hubiera sobrevivido.
Íntima, inspiradora, conmovedora e inolvidable, Gabby: Una historia de valor y esperanza cuenta la vida de estas dos personas extraordinarias. Lleva a los lectores detrás de muchas puertas cerradas: a la plataforma de lanzamiento del transbordador espacial, a los vestuarios del Congreso, y a las salas de hospital donde Gabby luchó para recuperarse con la ayuda de formidables equipos médicos y de familiares y amigos dedicados.
Gabby: Una historia de valor y esperanza es un recordatorio del poder que tienen la valentía y la paciencia en la superación de obstáculos inimaginables, y de la trascendencia del amor.
Su llegada al centro de atención mundial se dio en la peor de las situaciones. El 8 de enero de 2011, al reunirse con sus electores en Tucson, Arizona, Gabby fue víctima de un atentado que dejó seis muertos y trece heridos. Los médicos dijeron que era un “milagro” que hubiera sobrevivido.
Íntima, inspiradora, conmovedora e inolvidable, Gabby: Una historia de valor y esperanza cuenta la vida de estas dos personas extraordinarias. Lleva a los lectores detrás de muchas puertas cerradas: a la plataforma de lanzamiento del transbordador espacial, a los vestuarios del Congreso, y a las salas de hospital donde Gabby luchó para recuperarse con la ayuda de formidables equipos médicos y de familiares y amigos dedicados.
Gabby: Una historia de valor y esperanza es un recordatorio del poder que tienen la valentía y la paciencia en la superación de obstáculos inimaginables, y de la trascendencia del amor.
Excerpt
Gabby CAPÍTULO UNO La playa
Yo solía ser capaz de decir lo que mi esposa Gabby estaba pensando.
Podía sentirlo en su lenguaje corporal, en la forma en que se inclinaba hacia delante cuando se sentía intrigada por alguien y quería absorber cada palabra que decía; por la forma en que ella asentía cortésmente con la cabeza al escuchar a un sabelotodo que estaba hablando; por la forma en que me miraba con sus ojos brillantes y su sonrisa radiante, y quería que yo supiera que ella me amaba.
Gabby era una mujer que vivía en el momento, a cada momento.
También era muy conversadora. Era muy animada, y utilizaba sus manos como si fueran signos de puntuación; hablaba con pasión, claridad y buen humor, haciendo que quisieras escucharla. Por lo general, yo no tenía que preguntarme qué estaba pensando, pues expresaba hasta el más mínimo detalle. Las palabras eran importantes para Gabby, bien fuera que estuviera hablando sobre inmigración en la Cámara de Representantes de EE.UU., o si estaba a solas conmigo, hablándome de su anhelo de tener un bebé.
Gabby ya no tiene el dominio de todas esas palabras, al menos no todavía. Una lesión cerebral como la suya es una especie de huracán que arrastra consigo algunas palabras y frases, y deja otras casi al alcance, pero enterradas bajo los escombros o en un lugar diferente. “Es horrible”, dirá Gabby, y yo estoy de acuerdo con ella.
Sucede lo siguiente: mientras Gabby se esfuerza para encontrar las palabras y lidia con una frustración constante que el resto de nosotros no podemos comprender, yo sé en qué está pensando la mayor parte del tiempo. Sí, sus palabras son vacilantes o incorrectas, o simplemente no le salen, pero todavía puedo leer su lenguaje corporal. Aún conozco los matices de su sonrisa tan especial. Su ánimo sigue siendo contagioso, y en términos generales mantiene su optimismo, utilizando su mano buena para enfatizar algo que quiere decir.
Y ella también sabe qué estoy pensando yo.
Hay un momento al que Gabby y yo nos vamos a aferrar, un momento que habla de nuestra nueva vida juntos y de la forma en que seguimos conectados. Fue a finales de abril de 2011, menos de cuatro meses después de que Gabby recibiera un disparo en la cabeza por parte de un asesino. Como astronauta que soy, acababa de pasar cinco días en cuarentena, esperando el último lanzamiento del transbordador espacial Endeavour, del cual estaría al mando. Era casi mediodía, un día antes del despegue programado, y los cinco miembros de mi tripulación y yo habíamos recibido permiso para reunirnos un par de horas con nuestros cónyuges antes de partir.
El sitio de reunión era la terraza posterior de una casa de dos pisos, vieja y destartalada, que la NASA tiene desde hace varias décadas en la playa de la Florida. Está en el terreno del Centro Espacial Kennedy, y un letrero en el camino sin pavimentar que conduce a ella dice simplemente “La casa de la playa”. La vivienda tenía una cama que los astronautas y sus compañeros de aventuras utilizaban para “reuniones románticas” no oficiales. Actualmente, sólo es un lugar de encuentro para los administradores de la NASA y, por tradición, un lugar donde los cónyuges se despiden de los astronautas, con la esperanza de verlos nuevamente. En los treinta años de historia del transbordador espacial, la tripulación no logró regresar de sus misiones en dos oportunidades. Y así, después de una comida y de socializar en grupo, las parejas suelen caminar tomadas de la mano por la playa desierta.
La casa, de 2.000 pies cuadrados, es la única edificación del paseo marítimo en más de 25 millas a la redonda, pues la NASA controla una gran parte de la “costa espacial” de la Florida. Si miras en cualquier dirección, sólo verás arena, gaviotas, de vez en cuando una tortuga marina, y el Océano Atlántico. Básicamente, es la misma Florida de hace varios siglos.
En nuestra visita anterior a este lugar, un día antes de mi misión en un transbordador en mayo de 2008, Gabby y yo estábamos recién casados, sentados en la arena, platicando sobre la misión, sobre su próxima elección, y sobre nuestro futuro juntos.
Gabby me recordó cuán “bendecidos” éramos; era algo que decía con frecuencia. Ella sentía que debíamos sentirnos muy agradecidos por todo lo que teníamos, y lo cierto era que lo estábamos.
Nuestro mayor problema era encontrar el tiempo para vernos, debido a nuestras exigentes carreras en distintas ciudades. El rompecabezas que era nuestra vida parecía complicado en aquel entonces, pero en retrospectiva, era bastante fácil y simple. No podíamos haber imaginado que tres años más tarde regresaríamos antes de otro lanzamiento, y que todo sería tan diferente.
En esta ocasión, Gabby llegó a la casa de la playa en una silla de ruedas, con un casco que le protegía un lado de la cabeza. Una parte de su cráneo había sido removido gracias a la cirugía que le salvó la vida después de recibir el disparo.
Mientras que las otras personas que estaban en la casa habían llegado en parejas (cada astronauta con su cónyuge), Gabby y yo lo hicimos con un séquito increíble: su madre, su jefe de personal, una enfermera, tres oficiales de policía del Capitolio de EE.UU., tres agentes de seguridad del Centro Espacial Kennedy y un colega de la NASA asignado para cuidar a Gabby durante mi misión.
Ella necesitaba un apoyo considerable, y ciertamente no era lo que mis compañeros de tripulación esperaban en sus últimos momentos con sus esposas. En lugar de una despedida íntima en una playa aislada, esto se convirtió en un verdadero circo. Fue un poco incómodo, pero los miembros de mi tripulación y sus cónyuges nos ofrecieron todo su apoyo.
Ellos entendían, pues Gabby había pasado dieciséis semanas difíciles y dolorosas en un hospital de Tucson, y luego en un centro de rehabilitación en Houston. Había hecho un gran esfuerzo para volver a entrenar su cerebro y luchar contra la depresión causada por sus circunstancias; eran las condiciones establecidas por sus médicos y equipo de seguridad para que ella pudiera salir del hospital.
Mis compañeros de tripulación y sus esposas saludaron calurosamente a Gabby, y ella les sonrió y los saludó a todos, aunque era evidente que no podía sostener siquiera una pequeña conversación. Algunas palabras y frases aún estaban fuera de su alcance. Y aunque todos tuvieron una actitud positiva con Gabby, se percataron muy bien de su situación.
Me sentí muy orgulloso de ella al verla tratando de hablar con los demás. Ella sabía que su lesión podía desanimarla y robarle energías, y también era consciente de sus deficiencias y de su aspecto. Sin embargo, había encontrado la manera de comunicarse moviendo su mano de forma optimista y con su gran sonrisa, la misma que la había ayudado a conectarse con los ciudadanos, a desarmar a opositores políticos y a llamar mi atención. Ella no tenía que recitar oraciones para encantar a un grupo de astronautas y a sus esposas; sólo tenía que ser la persona que siempre ha sido.
Un tiempo después de estar en la casa, pregunté a Gaby:
—¿Quieres ir al océano?
—Sí —respondió—. Sí, nadar en el océano.
Aunque Gabby creció en Arizona y es hija del desierto, no he conocido a otra persona que le guste tanto el mar como a ella. Conoció el Océano Pacífico durante su infancia, cuando viajó a México y Centroamérica con sus padres y su hermana. Durante varias semanas recorrieron la costa del Pacífico en una camioneta o en una van. Le encantaba nadar, buscar conchas y observar a las personas. Posteriormente, el Atlántico se hizo igualmente atractivo para ella, incluyendo esta playa, donde caminábamos y nadábamos antes de mis vuelos espaciales. En esas visitas, a Gabby le gustaba nadar lejos de la orilla, y me parecía admirable la forma en que animaba a las otras esposas para que se olvidaran de los nervios que sentían por las misiones espaciales de sus esposos. Ella sabía cómo tratar a los demás y cumplía con las funciones propias de la esposa del comandante, al mismo tiempo que tenía los pies completamente en la tierra y hacía que todos se sintieran bienvenidos.
Pero esta vez, desde luego, ella dependía de la bondad de los demás.
Su enfermera la llevó al baño y le puso el traje de baño. Aunque era un día cálido, necesitaba pantalones de sudadera y una chamarra, ya que la mayor parte del tiempo sentía frío a causa de su lesión. Gabby se vestía lo mejor que podía con su mano izquierda, pero tenía limitaciones físicas. (Recibió un disparo en el lado izquierdo del cerebro, el cual controla parcialmente el lado derecho del cuerpo, y su mano derecha quedó prácticamente paralizada, una extremidad inerte en su regazo).
Cuando Gabby salió del baño, quienes la cuidaban le ayudaron a sentarse en una silla especial en la que los equipos médicos de emergencia llevan a los pacientes por las escaleras o para sacarlas de un sitio remoto. Se necesitaron tres personas para empujar la silla a través de la arena, paso a paso, un centenar de metros en dirección al océano. Adicionalmente, la marea estaba baja, haciendo que el recorrido fuera más largo.
Yo sabía exactamente en qué estaba pensando Gabby durante este trayecto incómodo desde la casa a la playa: pensaba en lo mismo que yo; cuán desesperadamente anhelábamos la vida que habíamos llevado juntos.
Cuando llegaron a la orilla del mar, les agradecí a los hombres por sus esfuerzos y por ayudarle a Gabby a bajar.
Desatamos las correas, la ayudamos a ponerse de pie y Gabby logró caminar, dando unos cuantos pasos por la arena dura y húmeda, apoyada en su pierna izquierda. Entonces, nuestro equipo de apoyo se alejó, tratando de mantener una distancia prudente para que Gabby y yo pudiéramos estar a solas.
En los días inmediatamente posteriores al disparo yo había pensado en dejar mi cargo como comandante del transbordador. No estaba seguro de poder concentrarme de lleno en la misión, y no sabía cuándo saldría Gabby de cuidados intensivos. Pero cuando ella comenzó a mejorar y yo regresé a los entrenamientos, me encontré fantaseando con la posibilidad de que Gabby se recuperara lo suficiente y pudiera estar conmigo en esta playa un día antes del lanzamiento. Esto se convirtió en nuestra meta. Y allí estábamos ahora.
Resultó ser un momento increíble, un regalo de serenidad mientras nos convertíamos en el centro de una gran atención. El día anterior, millones de televidentes habían visto imágenes no autorizadas y difusas, en las que Gabby subía una escalera de manera lenta y abordaba un avión en Houston para asistir al lanzamiento. La grabación la había realizado un camarógrafo desde el helicóptero distante de un noticiero. Mientras tanto, se esperaba que 700.000 personas llegaran al centroeste de Florida en un lapso de veinticuatro horas, para vernos a mí y a mi equipo despegar a bordo del transbordador espacial. Y, sin embargo, allí en la orilla del mar, toda esa atención se sentía muy lejana.
Gabby y yo sólo estábamos concentrados el uno en el otro, una intimidad que era más intensa por todo lo que había pasado y por este lugar aislado del planeta. A excepción de mis compañeros de tripulación y de sus esposas, que caminaban por la playa como meras siluetas en la distancia, no había ninguna señal de humanidad en el sur, en el norte, ni en el horizonte. Si nos olvidábamos de nuestro equipo de apoyo que estaba detrás de nosotros, pensaríamos que sólo estábamos ella y yo. Así que ninguno de los dos se dio vuelta para mirar atrás.
Ayudé a Gabby a dar una docena de pasos en el agua con mucho cuidado y nos salpicó en los muslos. Una caída suya podía ser mortal debido al agujero que tenía en su cráneo, así que permanecí junto a ella, sosteniendo su brazo y su cintura, y ayudándole a mantener el equilibrio. Yo estaba alerta, pero era muy agradable estar tan cerca de ella.
Aunque el agua estaba a una temperatura perfecta casi de 75 grados, inicialmente fue demasiado fría para Gabby. Sin embargo, ella siguió hacia adelante con el chapoteo de cada ola, decidida a recuperar una pequeña parte de su vida anterior.
Lo que sucedió después fue casi mágico. Mientras Gabby contemplaba el océano Atlántico con los ojos muy abiertos y su sonrisa radiante y feliz, me sentí casi hipnotizado con sólo mirar su cara. Y fue entonces cuando me di cuenta: por primera vez desde el tiroteo, Gabby parecía absolutamente feliz.
—¡Increíble! —dijo—. Increíble.
Comenzó a sentir que el agua estaba más cálida. El cielo estaba despejado y muy azul.
—Realmente te encanta esto, ¿no es así, Gabby? —le dije.
—Sí, sí —respondió. Casi se me salen las lágrimas al verla tan feliz.
Gabby se sentó en su silla, con los pies en el agua. Me senté a su lado en otra silla.
—¿Sabes qué sería genial? —le dije—. En el futuro, deberíamos comprar una pequeña casa cerca del mar, para que puedas nadar.
—Sí —dijo—. ¡Fantástico!
—Tal vez podamos conseguir un bote de pesca. O un velero y estar en una laguna, en un lugar donde el agua sea más caliente.
—¡Sí!
Me sentí bien al decirle esto, al hablarle de un plan que no tenía nada que ver con un tratamiento médico, una rehabilitación física o una terapia del habla.
—Olas —dijo Gabby—. Océano.
Luego guardó silencio, prefiriendo escuchar el suave sonido de las olas a su voz interrumpida.
Su rostro era luminoso. En muchos sentidos, aún parecía aquella mujer hermosa y vivaz de la que yo me había enamorado. Sin embargo, había algunas diferencias. Su cabeza estaba deforme porque le faltaba un pedazo del cráneo y por la acumulación excesiva de líquido cerebroespinal. Ya no tenía esa melena rubia y abundante que tantas personas han visto gracias a las fotos tomadas antes del tiroteo. Su cabello, que le habían cortado y rasurado para la cirugía, estaba muy corto y había vuelto a crecer con su color natural castaño oscuro.
También tenía varias cicatrices: una en el cuello debido a la traqueotomía, en el lado izquierdo de la frente —el lugar por el que entró la bala en su cerebro— encima de su ojo derecho —que también sufrió daños en el ataque— y un conjunto de cicatrices en la parte superior de la cabeza, por el que sus neurocirujanos tuvieron el acceso que necesitaban para salvar su vida. Aunque Gabby usaba lentes de contacto, ahora tenía que usar lentes. Debido a sus lesiones, había perdido la mitad de su visión en ambos ojos.
Observé todo esto y le dije:
—Te ves muy bien, Gabby. —Y así era, a pesar de todo.
Gabby me sonrió. Ella sabe que me encanta su sonrisa. Luego volvió a mirar hacia el horizonte y su sonrisa se hizo más amplia mientras las olas tocaban sus pies.
Yo sabía qué estaba pensando: que en ese breve momento todo parecía como si fuera casi normal. Que tal vez, un día, ella estaría íntegra de nuevo.
Yo solía ser capaz de decir lo que mi esposa Gabby estaba pensando.
Podía sentirlo en su lenguaje corporal, en la forma en que se inclinaba hacia delante cuando se sentía intrigada por alguien y quería absorber cada palabra que decía; por la forma en que ella asentía cortésmente con la cabeza al escuchar a un sabelotodo que estaba hablando; por la forma en que me miraba con sus ojos brillantes y su sonrisa radiante, y quería que yo supiera que ella me amaba.
Gabby era una mujer que vivía en el momento, a cada momento.
También era muy conversadora. Era muy animada, y utilizaba sus manos como si fueran signos de puntuación; hablaba con pasión, claridad y buen humor, haciendo que quisieras escucharla. Por lo general, yo no tenía que preguntarme qué estaba pensando, pues expresaba hasta el más mínimo detalle. Las palabras eran importantes para Gabby, bien fuera que estuviera hablando sobre inmigración en la Cámara de Representantes de EE.UU., o si estaba a solas conmigo, hablándome de su anhelo de tener un bebé.
Gabby ya no tiene el dominio de todas esas palabras, al menos no todavía. Una lesión cerebral como la suya es una especie de huracán que arrastra consigo algunas palabras y frases, y deja otras casi al alcance, pero enterradas bajo los escombros o en un lugar diferente. “Es horrible”, dirá Gabby, y yo estoy de acuerdo con ella.
Sucede lo siguiente: mientras Gabby se esfuerza para encontrar las palabras y lidia con una frustración constante que el resto de nosotros no podemos comprender, yo sé en qué está pensando la mayor parte del tiempo. Sí, sus palabras son vacilantes o incorrectas, o simplemente no le salen, pero todavía puedo leer su lenguaje corporal. Aún conozco los matices de su sonrisa tan especial. Su ánimo sigue siendo contagioso, y en términos generales mantiene su optimismo, utilizando su mano buena para enfatizar algo que quiere decir.
Y ella también sabe qué estoy pensando yo.
Hay un momento al que Gabby y yo nos vamos a aferrar, un momento que habla de nuestra nueva vida juntos y de la forma en que seguimos conectados. Fue a finales de abril de 2011, menos de cuatro meses después de que Gabby recibiera un disparo en la cabeza por parte de un asesino. Como astronauta que soy, acababa de pasar cinco días en cuarentena, esperando el último lanzamiento del transbordador espacial Endeavour, del cual estaría al mando. Era casi mediodía, un día antes del despegue programado, y los cinco miembros de mi tripulación y yo habíamos recibido permiso para reunirnos un par de horas con nuestros cónyuges antes de partir.
El sitio de reunión era la terraza posterior de una casa de dos pisos, vieja y destartalada, que la NASA tiene desde hace varias décadas en la playa de la Florida. Está en el terreno del Centro Espacial Kennedy, y un letrero en el camino sin pavimentar que conduce a ella dice simplemente “La casa de la playa”. La vivienda tenía una cama que los astronautas y sus compañeros de aventuras utilizaban para “reuniones románticas” no oficiales. Actualmente, sólo es un lugar de encuentro para los administradores de la NASA y, por tradición, un lugar donde los cónyuges se despiden de los astronautas, con la esperanza de verlos nuevamente. En los treinta años de historia del transbordador espacial, la tripulación no logró regresar de sus misiones en dos oportunidades. Y así, después de una comida y de socializar en grupo, las parejas suelen caminar tomadas de la mano por la playa desierta.
La casa, de 2.000 pies cuadrados, es la única edificación del paseo marítimo en más de 25 millas a la redonda, pues la NASA controla una gran parte de la “costa espacial” de la Florida. Si miras en cualquier dirección, sólo verás arena, gaviotas, de vez en cuando una tortuga marina, y el Océano Atlántico. Básicamente, es la misma Florida de hace varios siglos.
En nuestra visita anterior a este lugar, un día antes de mi misión en un transbordador en mayo de 2008, Gabby y yo estábamos recién casados, sentados en la arena, platicando sobre la misión, sobre su próxima elección, y sobre nuestro futuro juntos.
Gabby me recordó cuán “bendecidos” éramos; era algo que decía con frecuencia. Ella sentía que debíamos sentirnos muy agradecidos por todo lo que teníamos, y lo cierto era que lo estábamos.
Nuestro mayor problema era encontrar el tiempo para vernos, debido a nuestras exigentes carreras en distintas ciudades. El rompecabezas que era nuestra vida parecía complicado en aquel entonces, pero en retrospectiva, era bastante fácil y simple. No podíamos haber imaginado que tres años más tarde regresaríamos antes de otro lanzamiento, y que todo sería tan diferente.
En esta ocasión, Gabby llegó a la casa de la playa en una silla de ruedas, con un casco que le protegía un lado de la cabeza. Una parte de su cráneo había sido removido gracias a la cirugía que le salvó la vida después de recibir el disparo.
Mientras que las otras personas que estaban en la casa habían llegado en parejas (cada astronauta con su cónyuge), Gabby y yo lo hicimos con un séquito increíble: su madre, su jefe de personal, una enfermera, tres oficiales de policía del Capitolio de EE.UU., tres agentes de seguridad del Centro Espacial Kennedy y un colega de la NASA asignado para cuidar a Gabby durante mi misión.
Ella necesitaba un apoyo considerable, y ciertamente no era lo que mis compañeros de tripulación esperaban en sus últimos momentos con sus esposas. En lugar de una despedida íntima en una playa aislada, esto se convirtió en un verdadero circo. Fue un poco incómodo, pero los miembros de mi tripulación y sus cónyuges nos ofrecieron todo su apoyo.
Ellos entendían, pues Gabby había pasado dieciséis semanas difíciles y dolorosas en un hospital de Tucson, y luego en un centro de rehabilitación en Houston. Había hecho un gran esfuerzo para volver a entrenar su cerebro y luchar contra la depresión causada por sus circunstancias; eran las condiciones establecidas por sus médicos y equipo de seguridad para que ella pudiera salir del hospital.
Mis compañeros de tripulación y sus esposas saludaron calurosamente a Gabby, y ella les sonrió y los saludó a todos, aunque era evidente que no podía sostener siquiera una pequeña conversación. Algunas palabras y frases aún estaban fuera de su alcance. Y aunque todos tuvieron una actitud positiva con Gabby, se percataron muy bien de su situación.
Me sentí muy orgulloso de ella al verla tratando de hablar con los demás. Ella sabía que su lesión podía desanimarla y robarle energías, y también era consciente de sus deficiencias y de su aspecto. Sin embargo, había encontrado la manera de comunicarse moviendo su mano de forma optimista y con su gran sonrisa, la misma que la había ayudado a conectarse con los ciudadanos, a desarmar a opositores políticos y a llamar mi atención. Ella no tenía que recitar oraciones para encantar a un grupo de astronautas y a sus esposas; sólo tenía que ser la persona que siempre ha sido.
Un tiempo después de estar en la casa, pregunté a Gaby:
—¿Quieres ir al océano?
—Sí —respondió—. Sí, nadar en el océano.
Aunque Gabby creció en Arizona y es hija del desierto, no he conocido a otra persona que le guste tanto el mar como a ella. Conoció el Océano Pacífico durante su infancia, cuando viajó a México y Centroamérica con sus padres y su hermana. Durante varias semanas recorrieron la costa del Pacífico en una camioneta o en una van. Le encantaba nadar, buscar conchas y observar a las personas. Posteriormente, el Atlántico se hizo igualmente atractivo para ella, incluyendo esta playa, donde caminábamos y nadábamos antes de mis vuelos espaciales. En esas visitas, a Gabby le gustaba nadar lejos de la orilla, y me parecía admirable la forma en que animaba a las otras esposas para que se olvidaran de los nervios que sentían por las misiones espaciales de sus esposos. Ella sabía cómo tratar a los demás y cumplía con las funciones propias de la esposa del comandante, al mismo tiempo que tenía los pies completamente en la tierra y hacía que todos se sintieran bienvenidos.
Pero esta vez, desde luego, ella dependía de la bondad de los demás.
Su enfermera la llevó al baño y le puso el traje de baño. Aunque era un día cálido, necesitaba pantalones de sudadera y una chamarra, ya que la mayor parte del tiempo sentía frío a causa de su lesión. Gabby se vestía lo mejor que podía con su mano izquierda, pero tenía limitaciones físicas. (Recibió un disparo en el lado izquierdo del cerebro, el cual controla parcialmente el lado derecho del cuerpo, y su mano derecha quedó prácticamente paralizada, una extremidad inerte en su regazo).
Cuando Gabby salió del baño, quienes la cuidaban le ayudaron a sentarse en una silla especial en la que los equipos médicos de emergencia llevan a los pacientes por las escaleras o para sacarlas de un sitio remoto. Se necesitaron tres personas para empujar la silla a través de la arena, paso a paso, un centenar de metros en dirección al océano. Adicionalmente, la marea estaba baja, haciendo que el recorrido fuera más largo.
Yo sabía exactamente en qué estaba pensando Gabby durante este trayecto incómodo desde la casa a la playa: pensaba en lo mismo que yo; cuán desesperadamente anhelábamos la vida que habíamos llevado juntos.
Cuando llegaron a la orilla del mar, les agradecí a los hombres por sus esfuerzos y por ayudarle a Gabby a bajar.
Desatamos las correas, la ayudamos a ponerse de pie y Gabby logró caminar, dando unos cuantos pasos por la arena dura y húmeda, apoyada en su pierna izquierda. Entonces, nuestro equipo de apoyo se alejó, tratando de mantener una distancia prudente para que Gabby y yo pudiéramos estar a solas.
En los días inmediatamente posteriores al disparo yo había pensado en dejar mi cargo como comandante del transbordador. No estaba seguro de poder concentrarme de lleno en la misión, y no sabía cuándo saldría Gabby de cuidados intensivos. Pero cuando ella comenzó a mejorar y yo regresé a los entrenamientos, me encontré fantaseando con la posibilidad de que Gabby se recuperara lo suficiente y pudiera estar conmigo en esta playa un día antes del lanzamiento. Esto se convirtió en nuestra meta. Y allí estábamos ahora.
Resultó ser un momento increíble, un regalo de serenidad mientras nos convertíamos en el centro de una gran atención. El día anterior, millones de televidentes habían visto imágenes no autorizadas y difusas, en las que Gabby subía una escalera de manera lenta y abordaba un avión en Houston para asistir al lanzamiento. La grabación la había realizado un camarógrafo desde el helicóptero distante de un noticiero. Mientras tanto, se esperaba que 700.000 personas llegaran al centroeste de Florida en un lapso de veinticuatro horas, para vernos a mí y a mi equipo despegar a bordo del transbordador espacial. Y, sin embargo, allí en la orilla del mar, toda esa atención se sentía muy lejana.
Gabby y yo sólo estábamos concentrados el uno en el otro, una intimidad que era más intensa por todo lo que había pasado y por este lugar aislado del planeta. A excepción de mis compañeros de tripulación y de sus esposas, que caminaban por la playa como meras siluetas en la distancia, no había ninguna señal de humanidad en el sur, en el norte, ni en el horizonte. Si nos olvidábamos de nuestro equipo de apoyo que estaba detrás de nosotros, pensaríamos que sólo estábamos ella y yo. Así que ninguno de los dos se dio vuelta para mirar atrás.
Ayudé a Gabby a dar una docena de pasos en el agua con mucho cuidado y nos salpicó en los muslos. Una caída suya podía ser mortal debido al agujero que tenía en su cráneo, así que permanecí junto a ella, sosteniendo su brazo y su cintura, y ayudándole a mantener el equilibrio. Yo estaba alerta, pero era muy agradable estar tan cerca de ella.
Aunque el agua estaba a una temperatura perfecta casi de 75 grados, inicialmente fue demasiado fría para Gabby. Sin embargo, ella siguió hacia adelante con el chapoteo de cada ola, decidida a recuperar una pequeña parte de su vida anterior.
Lo que sucedió después fue casi mágico. Mientras Gabby contemplaba el océano Atlántico con los ojos muy abiertos y su sonrisa radiante y feliz, me sentí casi hipnotizado con sólo mirar su cara. Y fue entonces cuando me di cuenta: por primera vez desde el tiroteo, Gabby parecía absolutamente feliz.
—¡Increíble! —dijo—. Increíble.
Comenzó a sentir que el agua estaba más cálida. El cielo estaba despejado y muy azul.
—Realmente te encanta esto, ¿no es así, Gabby? —le dije.
—Sí, sí —respondió. Casi se me salen las lágrimas al verla tan feliz.
Gabby se sentó en su silla, con los pies en el agua. Me senté a su lado en otra silla.
—¿Sabes qué sería genial? —le dije—. En el futuro, deberíamos comprar una pequeña casa cerca del mar, para que puedas nadar.
—Sí —dijo—. ¡Fantástico!
—Tal vez podamos conseguir un bote de pesca. O un velero y estar en una laguna, en un lugar donde el agua sea más caliente.
—¡Sí!
Me sentí bien al decirle esto, al hablarle de un plan que no tenía nada que ver con un tratamiento médico, una rehabilitación física o una terapia del habla.
—Olas —dijo Gabby—. Océano.
Luego guardó silencio, prefiriendo escuchar el suave sonido de las olas a su voz interrumpida.
Su rostro era luminoso. En muchos sentidos, aún parecía aquella mujer hermosa y vivaz de la que yo me había enamorado. Sin embargo, había algunas diferencias. Su cabeza estaba deforme porque le faltaba un pedazo del cráneo y por la acumulación excesiva de líquido cerebroespinal. Ya no tenía esa melena rubia y abundante que tantas personas han visto gracias a las fotos tomadas antes del tiroteo. Su cabello, que le habían cortado y rasurado para la cirugía, estaba muy corto y había vuelto a crecer con su color natural castaño oscuro.
También tenía varias cicatrices: una en el cuello debido a la traqueotomía, en el lado izquierdo de la frente —el lugar por el que entró la bala en su cerebro— encima de su ojo derecho —que también sufrió daños en el ataque— y un conjunto de cicatrices en la parte superior de la cabeza, por el que sus neurocirujanos tuvieron el acceso que necesitaban para salvar su vida. Aunque Gabby usaba lentes de contacto, ahora tenía que usar lentes. Debido a sus lesiones, había perdido la mitad de su visión en ambos ojos.
Observé todo esto y le dije:
—Te ves muy bien, Gabby. —Y así era, a pesar de todo.
Gabby me sonrió. Ella sabe que me encanta su sonrisa. Luego volvió a mirar hacia el horizonte y su sonrisa se hizo más amplia mientras las olas tocaban sus pies.
Yo sabía qué estaba pensando: que en ese breve momento todo parecía como si fuera casi normal. Que tal vez, un día, ella estaría íntegra de nuevo.
Reading Group Guide
This reading group guide for Gabby: A Story of Courage, Love, and Resilience includes an introduction, discussion questions, and ideas for enhancing your book club. The suggested questions are intended to help your reading group find new and interesting angles and topics for your discussion. We hope that these ideas will enrich your conversation and increase your enjoyment of the book.
Introduction
Congresswoman Gabrielle Giffords and astronaut Mark Kelly found in each other a steadfast commitment to public service, a deep curiosity about the world around them, and a shared passion for adventure. At their wedding in 2007, Robert Reich toasted “to a bride who moves at a velocity that exceeds that of anyone else in Washington, and to a groom who moves at a velocity that exceeds seventeen thousand miles per hour.” On January 8, 2011, Gabby survived a horrific shooting that left six people dead and thirteen wounded at a Congress on Your Corner event in Tucson, Arizona. Her life and Mark’s were changed forever.
Gabby: A Story of Courage, Love, and Resilience takes readers into the lives of this extraordinary couple—the influences that molded their passions in childhood, their professional triumphs, their family and friendships, and their marriage. Anchoring the book is the profoundly inspiring story of Gabby’s recovery, a testament to enduring love, courage, and hope.
Topics & Questions for Discussion
1. Doctors, nurses, therapists, friends, colleagues, family—seemingly the whole nation—rallied to the cause of Gabby’s recovery. Why do you think Gabby’s recovery became a cause that brought different kinds of people together?
2. After witnessing the Tucson shootings and Gabby’s medical progress through the filter of the media, what was it like to hear Mark and Gabby’s side of the story? What surprised you?
3. Gabby loved the mission of her alma mater Scripps College, written by Ellen Browning Scripps, which stated that the school aimed to develop in students “the ability to think clearly and independently, and the ability to live confidently, courageously and hopefully” (p. 78). In what ways does Gabby exemplify this mission statement?
4. Mark writes that, at thirty, Gabby was finally prepared to run for elected office: “She was now the candidate Gabrielle Giffords and she was ready to serve” (p. 86). What do you think makes someone “ready to serve”? What life experiences and personal qualities seem to influence Gabby’s identity as a politician?
5. How did Mark’s training as an astronaut help him navigate Gabby’s recovery process? What facets of Gabby’s recovery were initially unfamiliar to Mark? Have you ever been placed in a caretaker position?
6. Mark says that being an astronaut is like picking one card out of a deck: “Imagine that I offered you a million dollars if you pick any of the fifty-two cards except the ace of spades . . . But the deal would be: If you pick the ace of spades, you’d lose your life” (p. 132). Would you risk your life for the opportunity to travel to space? Do you consider yourself a risk-taker? Reflect on the biggest risk you have ever taken in your personal life. What was the outcome?
7. Mark writes, “I know the magnitude of what it means to use destructive force against people . . . Much of it is beyond senseless, like the gunman’s rampage in Tucson. But even violence with a purpose—including my missions in the skies over Iraq—requires solemn reflection” (pp. 99–100). Do you agree with Mark’s statement? Compare and contrast the violence of war with the Tucson shooting.
8. Gabby’s recovery is ongoing, but the progress she has made so far is nothing short of miraculous. Through media coverage of her experience, many of us learned for the first time about the incredibly slow and arduous work involved in overcoming brain trauma and the number of people involved—from surgeons to speech therapists to dedicated family. Do you know or know of people who have suffered this kind of injury? Do you have more appreciation of the medical and therapeutic communities having read this book?
9. Mark describes Gabby’s discomfort with the increasingly violent rhetoric in politics in the years and months leading up to the shooting. In the 2010 race for Gabby’s seat, Gabby’s opponent Jesse Kelly invited supporters to pay fifty dollars to shoot an automatic M16, encouraged the shooters to “help remove Gabrielle Giffords from office,” and promised to “Get on Target for Victory in November” (pp. 154–55). Sarah Palin’s PAC website showed a map with a gun sight over Gabby’s district, and Palin tweeted: “Don’t Retreat, Instead—RELOAD!” (p. 153). What do you make of this rhetoric? Are statements like this harmless political bluster, or do you think they could have played a role in the Tucson shooting?
10. Reflect on the chapter of the book written in Gabby’s own words. What one word or phrase do you think best describes Gabby?
Enhance Your Book Club
1. Gabby and Mark have dedicated their lives to public service. Honor their commitments with your book club by picking a worthy cause and volunteer together for an afternoon. For inspiration and direction, consider the following issues that Gabby and Mark championed: environmentalism, supporting young women in politics, health care advocacy for war veterans, promoting science and exploration in education, immigration. If any other causes described in Gabby struck a chord with you and your book club, research how to get involved in your own community.
2. It’s one thing to read about Gabrielle’s progress in Gabby; it’s another thing to see how far she’s come. As Gabby wrote herself, “To understand something, you have to see it” (p. 158). Watch some of the online clips of Gabby and Mark’s interview with Diane Sawyer on a special edition of 20/20 and discuss your impressions and observations afterward. What aspects of Gabby’s recovery surprised you? What moments did you find particularly inspiring? How did the clips enhance your understanding of Gabby’s recovery? You can watch the entire interview online here: abc.go.com/watch/2020/SH559026/VD55153303/gabby-giffords—mark-kelly-courage-and-hope.
3. As Gabby’s doctors repeatedly explained to Mark, no two brain injuries are alike, and no two patients will recover in the same way. Visit the “Cognitive Skill of the Brain” section on the Brain Injury Association of Utah’s website at www.biau.org/what/what_cognitive.html, where you’ll find an interactive map of the human brain. Click on each section of the brain and read the descriptions with your book club members. Can you identify the areas in which Gabby was injured? How does this information enhance your understanding of the medical issues Gabby faced, and still faces, in her recovery?
Introduction
Congresswoman Gabrielle Giffords and astronaut Mark Kelly found in each other a steadfast commitment to public service, a deep curiosity about the world around them, and a shared passion for adventure. At their wedding in 2007, Robert Reich toasted “to a bride who moves at a velocity that exceeds that of anyone else in Washington, and to a groom who moves at a velocity that exceeds seventeen thousand miles per hour.” On January 8, 2011, Gabby survived a horrific shooting that left six people dead and thirteen wounded at a Congress on Your Corner event in Tucson, Arizona. Her life and Mark’s were changed forever.
Gabby: A Story of Courage, Love, and Resilience takes readers into the lives of this extraordinary couple—the influences that molded their passions in childhood, their professional triumphs, their family and friendships, and their marriage. Anchoring the book is the profoundly inspiring story of Gabby’s recovery, a testament to enduring love, courage, and hope.
Topics & Questions for Discussion
1. Doctors, nurses, therapists, friends, colleagues, family—seemingly the whole nation—rallied to the cause of Gabby’s recovery. Why do you think Gabby’s recovery became a cause that brought different kinds of people together?
2. After witnessing the Tucson shootings and Gabby’s medical progress through the filter of the media, what was it like to hear Mark and Gabby’s side of the story? What surprised you?
3. Gabby loved the mission of her alma mater Scripps College, written by Ellen Browning Scripps, which stated that the school aimed to develop in students “the ability to think clearly and independently, and the ability to live confidently, courageously and hopefully” (p. 78). In what ways does Gabby exemplify this mission statement?
4. Mark writes that, at thirty, Gabby was finally prepared to run for elected office: “She was now the candidate Gabrielle Giffords and she was ready to serve” (p. 86). What do you think makes someone “ready to serve”? What life experiences and personal qualities seem to influence Gabby’s identity as a politician?
5. How did Mark’s training as an astronaut help him navigate Gabby’s recovery process? What facets of Gabby’s recovery were initially unfamiliar to Mark? Have you ever been placed in a caretaker position?
6. Mark says that being an astronaut is like picking one card out of a deck: “Imagine that I offered you a million dollars if you pick any of the fifty-two cards except the ace of spades . . . But the deal would be: If you pick the ace of spades, you’d lose your life” (p. 132). Would you risk your life for the opportunity to travel to space? Do you consider yourself a risk-taker? Reflect on the biggest risk you have ever taken in your personal life. What was the outcome?
7. Mark writes, “I know the magnitude of what it means to use destructive force against people . . . Much of it is beyond senseless, like the gunman’s rampage in Tucson. But even violence with a purpose—including my missions in the skies over Iraq—requires solemn reflection” (pp. 99–100). Do you agree with Mark’s statement? Compare and contrast the violence of war with the Tucson shooting.
8. Gabby’s recovery is ongoing, but the progress she has made so far is nothing short of miraculous. Through media coverage of her experience, many of us learned for the first time about the incredibly slow and arduous work involved in overcoming brain trauma and the number of people involved—from surgeons to speech therapists to dedicated family. Do you know or know of people who have suffered this kind of injury? Do you have more appreciation of the medical and therapeutic communities having read this book?
9. Mark describes Gabby’s discomfort with the increasingly violent rhetoric in politics in the years and months leading up to the shooting. In the 2010 race for Gabby’s seat, Gabby’s opponent Jesse Kelly invited supporters to pay fifty dollars to shoot an automatic M16, encouraged the shooters to “help remove Gabrielle Giffords from office,” and promised to “Get on Target for Victory in November” (pp. 154–55). Sarah Palin’s PAC website showed a map with a gun sight over Gabby’s district, and Palin tweeted: “Don’t Retreat, Instead—RELOAD!” (p. 153). What do you make of this rhetoric? Are statements like this harmless political bluster, or do you think they could have played a role in the Tucson shooting?
10. Reflect on the chapter of the book written in Gabby’s own words. What one word or phrase do you think best describes Gabby?
Enhance Your Book Club
1. Gabby and Mark have dedicated their lives to public service. Honor their commitments with your book club by picking a worthy cause and volunteer together for an afternoon. For inspiration and direction, consider the following issues that Gabby and Mark championed: environmentalism, supporting young women in politics, health care advocacy for war veterans, promoting science and exploration in education, immigration. If any other causes described in Gabby struck a chord with you and your book club, research how to get involved in your own community.
2. It’s one thing to read about Gabrielle’s progress in Gabby; it’s another thing to see how far she’s come. As Gabby wrote herself, “To understand something, you have to see it” (p. 158). Watch some of the online clips of Gabby and Mark’s interview with Diane Sawyer on a special edition of 20/20 and discuss your impressions and observations afterward. What aspects of Gabby’s recovery surprised you? What moments did you find particularly inspiring? How did the clips enhance your understanding of Gabby’s recovery? You can watch the entire interview online here: abc.go.com/watch/2020/SH559026/VD55153303/gabby-giffords—mark-kelly-courage-and-hope.
3. As Gabby’s doctors repeatedly explained to Mark, no two brain injuries are alike, and no two patients will recover in the same way. Visit the “Cognitive Skill of the Brain” section on the Brain Injury Association of Utah’s website at www.biau.org/what/what_cognitive.html, where you’ll find an interactive map of the human brain. Click on each section of the brain and read the descriptions with your book club members. Can you identify the areas in which Gabby was injured? How does this information enhance your understanding of the medical issues Gabby faced, and still faces, in her recovery?
Product Details
- Publisher: Scribner (May 1, 2012)
- Length: 352 pages
- ISBN13: 9781451682717
Resources and Downloads
High Resolution Images
- Book Cover Image (jpg): Gabby Trade Paperback 9781451682717(1.5 MB)
- Author Photo (jpg): Mark Kelly Photo by Gina Reis(0.1 MB)
Any use of an author photo must include its respective photo credit